Bueno, pues ya empezó el año y trascurridas las primeras semanas parece que seguimos con más de lo mismo.
Y es que, a la conocida cuesta de enero y al “blue monday” (que dicen que es el día más triste del año, porque es cuando nos damos cuenta de que nuestros propósitos de año nuevo se han quedado solo en eso propósitos), este año se nos suman las restricciones por el dichoso Covid y todo lo que está acarreando.
Las relaciones interpersonales están cambiando, y no sólo en el aspecto personal y familiar si no también en el ambiente profesional.
Hemos pasado de relacionarnos cotidianamente con decenas de personas a tirarnos, en algunos casos, semanas sin ver a nadie en persona o incluso sin salir a ningún sitio.
¿cómo puede esto afectarnos física, mental y emocionalmente?
El ser humano es un animal social, hemos estado milenios estableciendo patrones de conducta social basados en las relaciones con las demás personas.
La sociedad ha ido adaptándose a las vicisitudes de cambios a los que se ha tenido que enfrentar, pero hasta ahora no se había encontrado de una manera tan consciente.
Con aislamiento que puede ocurrir cuando sus miembros dejan de interactuar físicamente y pasan a limitar su contacto a una parte virtual, especialmente si se “teletrabaja”.
El contacto físico con otras personas se está interpretando como un “riesgo” para la salud y cada vez son más las personas que mantienen una distancia “físicamente” real de las otras personas y van por la calle (si es que se atreven a salir) esquivando viandantes.
Si se cruzan con algún conocido lo evitan (amparándose en el anonimato de la mascarilla) o, si es que se paran para interactuar, mantienen una gran distancia y dudan si ponerse la mano en el corazón o “dar el codo” para saludar.
En culturas como la latina, donde somos más bien “sobones” es especialmente cómico observar como dos buenos amigos o familiares se reencuentran y no saben cómo reaccionar.
Si dar o no la mano, si dar el codo, si dar unas palmaditas, o incluso si romper “todas las normas de seguridad” y darse un abrazo, eso sí, con mascarilla y manteniendo las cabezas lo más alejadas posible.
Confianza
En las relaciones interpersonales es esencial la confianza, y sobre todo tener un grupo (aunque sea reducido) de personas en las que confiar.
En la antigüedad se evaluaba el “peligro” e intenciones que la otra persona podía tener para con nosotros y en los encuentros se aproximaban lentamente observando con atención las manos y la expresión de la cara para poder valorar si era “amigo o enemigo”.
De ahí el concepto de dar la mano o abrazarse para mostrarse vulnerable y declarar que no existe ninguna intención de agresión. ¿Qué ocurre ahora que dudamos de si la otra persona nos puede o no contagiar, no hay un contacto físico y encima una máscara oculta nuestro rostro?
¿Qué mecanismo de defensa se está desencadenando y cómo nos afecta?
Cuando desconfiamos, nuestro cuerpo se pone a la defensiva y esto desencadena un torrente de sustancias químicas en nuestro organismo que nos preparan para defendernos o huir.
La sangre fluye más rápido por nuestro cuerpo, debidos a que el pulso se acelera y se distribuye en mayor cantidad a las extremidades, dejando prácticamente inactivos otros tipos de procesos biológicos.
Una exposición prolongada a estas situaciones provoca ansiedad, estrés y malestar generalizado ya que esas sustancias químicas que nuestro organismo nos proporciona para protegernos también nos intoxican y tardan bastante tiempo en ser disueltas.
Mantener el contacto
Por otra parte, el contacto con otros seres humanos genera sustancias químicas que nos hacen sentir mejor. Los abrazos estimulan la creación de serotonina y oxitocina que contribuyen a nuestro bienestar e incluso salud.
Mantenernos alejados de esos estímulos tan naturales nos influye notablemente en nuestro carácter y sensación de bienestar.
Si renunciamos al contacto estamos renunciando a esos estímulos y por lo tanto a esas sensaciones placenteras y sanas, pero hay que saber priorizar.
¿Es más importante la salud física o la emocional? Buscamos un equilibrio entre ambas y mientras que no haya otra cosa mantener un contacto constante y regular con ese “círculo de confianza” y pensar en que “todo pasará pronto” puede ser un buen sustitutivo.
No limitemos las video conferencias al trabajo, disfrutemos de reuniones con amigos y familiares, “quedadas virtuales” o incluso alguna fiesta o cumpleaños programado.
Cada uno desde su casa y online, por supuesto, pero con el ambiente festivo y distendido que nos gusta tener con los amigos de toda la vida o los familiares más cercanos.
Esto hará más ameno el distanciamiento y mantendrá el vínculo emocional. Disfrutemos de esos momentos y hagamos un hueco en la agenda.
Como dijo Vicente Ferrer “el momento más oscuro de la noche de la vida, ocurre un instante antes del amanecer”.
Charly Relaño