Hay quien cree que hacer networking en Madrid es como surfear una ola interminable y que, en un pueblo, es remar en un lago sin corriente. Ni una cosa ni la otra. En ambos casos se trata de personas que buscan confianza, ideas y oportunidades. Cambia el ritmo, el volumen y la distancia entre cada apretón de manos, pero la música es la misma: conectar con propósito.
En una gran ciudad el primer impacto es la abundancia: agendas repletas, sectores especializados, formatos para todos los gustos. Si te descuidas, puedes pasar semanas encadenando eventos y volver a casa con una colección de tarjetas y cero conversaciones que recuerdes. La ventaja es evidente: hay masa crítica para encontrar justo ese perfil que necesitas: la responsable de compras de una empresa industrial, la directora de un fondo, la agencia que domina tu nicho. El reto es otro: no diluirte. Aquí el éxito no lo da la cantidad de saludos, sino el foco. En la gran ciudad, la cortesía es breve y el reloj va deprisa; si lo aceptas y te adaptas, el networking se vuelve un láser.
En las pequeñas ciudades y en los pueblos sucede lo contrario: parece que nunca pasa nada… hasta que pasa todo. Allí el ecosistema es más pequeño, las agendas están menos saturadas y la reputación corre a la velocidad del “me han dicho”. Una buena presentación se multiplica; un desliz también. La aparente desventaja: menos eventos, menos rotación, se vuelve fortaleza cuando entiendes la regla del territorio: proximidad y consistencia. No necesitas veinte encuentros; necesitas tres cafés bien cuidados con las personas adecuadas. En un entorno pequeño, la gente se fija en cómo haces las cosas; si eres de las que cumple, vuelve y aporta, te conviertes en “la persona de…” y las recomendaciones llegan sin perseguirlas.
Desayuno Madrid Sur
¿Cómo jugar a favor del terreno en cada caso? En la gran ciudad, la palabra clave es selección. Escoge dos o tres espacios donde tenga sentido verte, limita el calendario y decide por adelantado qué quieres lograr: dos reuniones 1:1 cerradas antes de salir del evento y un mensaje de seguimiento en 24 horas con algo de valor (un caso, una checklist, una invitación concreta). La especialización juega a tu favor: cuanto más claro hables de tu cliente ideal y del problema que resuelves, más fácil será que te conecten con quien importa. Y un secreto que a veces olvidamos: el mejor lugar para seguir la conversación no siempre es otro evento, sino un café o una videollamada.
En el pueblo o la ciudad pequeña, la palabra clave es presencia. No la presencia de “aparecer en todas”, sino la de sostener. Asistir a los mismos espacios con regularidad, saludar por el nombre, recordar lo que la otra persona te compartió y volver con una idea útil. Allí funciona de maravilla resolver un problema muy concreto que la comunidad reconoce y contarlo con un antes/después cercano. Si te permiten, narra el caso de quien todo el mundo conoce; no hay mejor prueba social que ver el cambio en el comercio de la esquina. Y, si no hay suficientes eventos, créalos tú: conviértete en Delegado de KCN y pon en marcha desayunos, tardeos, etc.
¿Y qué hacemos con los aparentes inconvenientes? En la urbe, el exceso de oferta puede marear: conviértelo en laboratorio. Prueba dos versiones de tu mensaje, observa dónde asienten y qué pregunta aparece, y ajusta. En el pueblo, la red cerrada puede frustrar: entra por confianza prestada. Pide una presentación a quien ya tenga credibilidad.
La tecnología ayuda en ambos lados del mapa. Una tarjeta digital, un CRM sencillo, una videollamada que evita desplazamientos inútiles: son detalles que quitan fricción y te dejan más tiempo para lo importante, que es mirar a la persona y escuchar. La clave es no confundir herramienta con vínculo. Las herramientas acercan, pero el vínculo lo construyes tú.
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